miércoles, 26 de noviembre de 2008

EL MIEDO

Murió una tarde de abril cuando el otoño ya no era solo un rumor y las hojas se apoderaban de las veredas.
Cuando la encontraron, todavía había restos de pastillas en el lugar, su vida fue tan dura como su muerte, sin padres desde niña sola se había criado con ayuda de algunos ángeles peatones de la noche.
Y sola creció y tan sola murió, como decía Vallejo “llorando de oído, muriendo de costumbre”.
Sus últimos días no fueron fáciles, la perseguía la policía, algunos atracos, pero algo distinto no le permitía el sueño.
No lo iba a superar, era un pozo del que no se sale fácilmente, a pesar de que no se habían llevado bien últimamente, lo extrañaba como nunca, como siempre cuando el no estaba, cuando faltaba y se ausentaba por días hasta reaparecer vagando, tal vez borracho, quizás enfermo.
Ana, como se llamaba, o como le decían, nunca supo si tuvo nombre, no aguantaba más noches de soledad, ya había sufrido muchas allá hace tiempo, en las vías de aquel tren, y salía a buscarlo y a veces lo encontraba y salvaba sus noches sin compañía.
Otras veces erraba toda la noche sin encontrarlo, y lo creaba, así como por arte de magia y la invadía otra vez, como muchas otras se lo llevaba con ella…llegaban al andén herrumbrado, con telarañas y un colchón en la esquina con menos humedad y solos allí compartían el sueño.
Solo a él buscaba, robaba y lo encontraba, huía y la perseguía, dormía y la miraba y declaraba estado de sitio dentro de ella, solo a él extrañaba…pero hacía tiempo el no aparecía.
Murió una tarde abril cuando el otoño ya no era solo un rumor y las hojas se apoderaban de las veredas.

Epilef.
22/11/07

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